En todas las familias hay hábitos que acaban generando una tradición que pasa de padres a hijos. Mis hijos y yo también hemos ido, con el tiempo, convirtiendo algunos gestos en costumbres, esporádicas pero reiteradas, y creando algunos hábitos que espero que formen parte siempre de nuestro bagaje de momentos felices y creen una tradición familiar.
Alguno ya os lo he contado entre las cosas que me hacen feliz, es la costumbre, por ejemplo, de que cuando uno de los tres llega a casa, los otros dos, si estamos en la misma habitación, nos "hacemos los dormidos" (o se hacen los dormidos). Es ridículo, lo sé, porque ya os he dicho que es donde y como nos pille, pero crea ese momento de complicidad en que sabes qué vas a encontrar pero el cómo va a ser es una sorpresa distinta cada vez, y las risas están garantizadas.
Otra de nuestras costumbres es, darnos las buenas noches, que yo acabe de hacer esa ronda que hacemos todas las madres al finalizar la jornada antes de irse a la cama y que, cuando llego a la habitación, me los encuentro a los dos, en mi cama... Evidentemente, haciéndose los dormidos, como no podía ser de otra forma. Entonces me tumbo en medio de los dos y tenemos rato de charla y de besos y abrazos... y otras muchas veces de charla, risas y cosquillas. Eso de jugar en la cama de los padres un domingo por la mañana o cualquier noche a la hora de acostarse no es nada novedoso. Millones de niños lo hacen. Cuando nos vamos a pasar la Navidad a casa de mi madre, es tradicional que mis hijos la feliciten el día de su cumpleaños, que es el 23 de diciembre, a buena hora de la mañana metiéndose en su cama a abrazarla y besuquearla. Por eso, lo que me hace feliz en mi familia de esta costumbre, es que empezaron a hacerlo siendo bebés y continúan teniendola ahora que tienen veinte años. Y yo todas, absolutamente todas las veces, pienso ¡de esto seguro que se acordarán toda la vida!
Bueno, a lo que iba, que es la costumbre que os dije con lo de la Hora del Planeta, que os iba a contar.
La empezamos cuando tenían unos siete u ocho años: De vez en cuando hacemos una velada.
La RAE define velada como: Reunión nocturna de varias personas para solazarse de algún modo. Nosotros convertimos la cena de un día cualquiera en un momento especial. Podemos cenar sandwiches, pero presentados un poco más especialmente, un mantel bonito, otros platos que no usamos a diario... Y en el momento de empezar a cenar, claro está, encendemos una o dos velas. Y esa noche no hay tele, solo conversación.
No tengo fotos de ninguna velada reciente, solo he encontrado unas que deben ser de las primeras que saqué con cámara digital, más o menos del 2003 o 2004
¡Madre mía! Acabo de darme cuenta que mi sofá tiene ya una edad :-( y yo hablando de él aún como "el sofá nuevo"
Por cierto, los tomatitos cherry, con queso philadelpia, aceitunas negras y perejil por encima están buenísimos. Por lo demás ya veis lo que es el "menú". Ahí eran más pequeños, pero ahora sigue siendo básicamente lo mismo. Lo bonito es la idea de que estamos "celebrando" algo. Y cenamos, sandwiches, sí, pero con la misma sensación de estar cenando en un restaurante de lujo.
Antes lo que lo hacía especial para ellos era la salida de la rutina en la presentación de la cena, la sensación de estar haciendo algo fuera de lo cotidiano. Ahora lo que lo hace especial es que lo planeamos con antelación ¿Hacemos una velada este jueves? y ya sabes que ese día es "nuestra cita"... que cuando los hijos tienen veinte años no es tan fácil cenar ya todos juntos y sobre todo no es tan fácil encontrar el momento de hablar de nuestras cosas... Aunque tengo que reconocer que nosotros en eso tenemos poco problema, porque si hay un tema que sacar, damos muy pocas vueltas a la hora de sacarlo y no es la primera vez que empezamos una comida con lo de ¿Qué vemos peli o serie?, y tres minutos después estamos hablando de lo divino y lo humano y del tema más serio del mundo.
Cuando trabajaba, mis días libres no eran el sábado y domingo como casi todo hijo de vecino, sino que sólo teníamos un fin de semana libre al mes y las demás semanas librábamos entre semana, el martes y el miércoles, el jueves y el viernes. Resultado: Como esos días los críos tenían cole, nos veíamos poquísimo y en esos pocos días que coincidíamos había que salir a hacer las compras, ir a ver a la abuela, que viniera gente a casa... La sensación de no tener una vida familiar era muy fuerte y entonces instituimos una de nuestras primeras tradiciones y la que más enraizada creo que se nos quedará: Los días de pijama. En un día de pijama, los tres nos quedamos en casa para disfrutar nosotros solos, nada de llamadas, ni de salidas, ni de visitas, solo nosotros, ver la tele los tres juntos, jugar a algún juego divertido, o simplemente estar, sin interrupciones externas.
Y los domingos tenemos la costumbre de desayunar tortitas o crepes. Las tortitas las hago yo, que me salen bastante buenas, pero este domingo no estaba Julia y, si falta alguno, no hay tortitas, sino crepes, que son congelados, pero buenísimos. Antes los compraba en Bofrost, pero ahora he descubierto que los hay en el Mercadona a mitad de precio. Como os digo, si no estamos todos no hay tortitas, así que otro domingo os pongo la receta y les hago unas fotillos.
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