martes, 9 de julio de 2013

Tenemos un jerbo en el trastero

Tengo que confesaros que no me encuentro entre las personas amantes de los animales. La distancia más conveniente a la que me gusta estar de ellos es la que media entre mi sofá y mi tele viendo los reportajes del National Geographic. Bonitos sí son, pero a lo lejos.

De pequeña jamás se me ocurrió pedirle a mis padres que me dejaran tener un animal en casa. Pasé los cursos escolares en los que típicamente se encarga a los críos que cuiden de gusanos de seda, con verdadera ansiedad porque no llegara ese momento. Por suerte no me vi obligada a ello, porque los insectos, en general, provocan en mí toda la escala de sentimientos que va del pavor al asco, estando las cucarachas en un extremo y las moscas en el otro.

Además tengo un mal recuerdo de cuando debía tener cinco o seis años, Unos amigos de mis padres tenían dos perrillos, creo que chihuahuas, uno que era un buenazo y el otro de lo más arisco. Yo quise acariciar al buenazo y me equivoqué de perro y me pegó un señor mordisco en el dedo. Quizás eso explique lo poco que me gustan los animales domésticos.

En casa de mis padres, además de canarios y periquitos, mi hermana tuvo un pollito de colores de esos que vendían, en aquel entonces, por un duro, y que por regla general no sobreviven mucho más de una o dos semanas a los achuchones de los críos y la falta de conocimiento sobre sus cuidados por parte de los padres, pero éste debió tener buena vida porque se hizo grande y hubo que llevarlo al pueblo a casa de mis tíos que tenían gallinero. El pobre pollito, reconvertido en un buen pollo de corral, tuvo el fin lógico de un animal de esa especie -ya lo dice el refrán: Ave que no vuela...-, sin tener en cuenta sus orígenes, y mi hermana, que era aún una cría, tardó años en reponerse del golpe.

Y mi padre tuvo una vez un gorrión, que encontramos caído del nido durante una excursión al pantano de los Bermejales. Sorpresivamente sobrevivió a base de darle leche y agua gota a gota y luego mojada en miga de pan y se convirtió en un gorrión adulto que era digno de ver. Dormía en la trasera del gran reloj de pared del comedor. A la hora de la comida se situaba en la mesa junto al plato de mi padre, esperando que éste le diera trocitos de comida. Los gorriones en áreas urbanas se alimentan casi exclusivamente de desperdicios, así que éste era un privilegiado.
A cambio, adoraba a mi padre. Cuando volvía de trabajar era cosa de vernos como le pillara a alguien en el pasillo cuando se abría la puerta, porque tenías que quedarte quieto de golpe donde te cogiera -como jugando al un, dos, tres, escondite inglés-, y esperar a que el gorrión pasara por tu lado como una flecha dando saltitos hacia la puerta de la calle para recibir a su "salvador", si no querías correr el riesgo de aplastarlo en tu siguiente paso.

La verdad es que era un bicho entretenido aquel gorrión, que andaba suelto por casa incluso con las ventanas abiertas. Durante una temporada empezó a salir todos los días un rato a conocer mundo y volvía generalmente para comer, hasta que llegó el día que no volvió. Quiero pensar que conoció a una gorriona y formaron un nido más sólido que aquel de su nacimiento.

Esa desaparición, al igual que cuando se moría un periquito o un canario, representó un pequeño drama y mi madre se plantó: No quiero ni un animal más en casa.

Pero como el hombre propone y Dios dispone, en unas vacaciones en República Dominicana (mi padre trabajaba también en Iberia y, como los empleados tienen varios billetes de avión prácticamente gratis al año, les salía más barato veranear en República Dominicana que en Almuñecar) a mi hermana pequeña le regalaron una caniche enana de tres meses y a la hora de volver creo que no hubo forma humana de separarla de ella. El billete de avión para la perrita costó más que los de toda la familia juntos pero Coqui se vino a Granada.

Coqui oyendo música
Coqui oyendo música en la terraza del apartamento de Almuñecar

Las anécdotas que se acumulan con un animal en casa son innumerables, pero lo que yo siempre recuerdo de la Coqui es que cuando yo llegaba de trabajar y al abrir la puerta venía ella corriendo a saltar a mi alrededor y lamerme las piernas, solo tenía que decirle: ¡Coqui, las medias! o ¡Coqui, la alergia! (soy alérgica al pelo de perro) para que inmediatamente se separara medio metro de mí y esperara a que yo diera el primer paso. Siempre me he preguntado ¿qué pensaría ella que serían las medias o la alergia y cómo intuía que no tenía que lametearme?

Así pues, en lo tocante a mascotas y animales de compañía, reconozco todas sus cualidades pero para mí representan un trabajo y una obligación que no se recompensa. Y en el tema de tener animales en casa - viviendo en un piso- he sido inflexible con mis hijos, y mira que han pedido un perro, un gato (que se iba a llamar Neko, que significa gato en japonés), un hamster, una tortuga, hasta un pececito... ¡Qué no! ¡Qué cuando vosotros tengáis casa propia tenéis lo que queráis, pero en la mía no!.

En esto que, a principios de la semana pasada me comentó Julia, como de pasada:
- Mamá ¿te acuerdas del ratón-ardilla que le regalé por su cumple a Manolito? Pues me lo voy a quedar en verano
- ¡¿Qué QUÉ?! 
- Sí, es que él no se lo ha podido llevar y se lo voy a cuidar yo.
- ¿Y dónde lo vas a poner?
- Pues en mi habitación o en la terraza. Tiene una caja de cartón grande.

¿Sabéis ese carrusel de ideas que se te pasan por la mente en cinco segundos cuando tienes que tomar una decisión importante, uno de cuyos factores es que tu hija tiene ya una edad -veinte años para ser exactos- y tampoco puedes recrear el Cisma de Occidente por un bicho? Pues entre esas ideas, se me pasó la de que, bueno... en su caja y en la terraza, tampoco sería tan malo, pero justo después de esa llegó la de la certeza de que no podía echar por tierra 20 años de negativas y el resultado fue que el ratón-ardilla tendría que quedarse en el trastero.

Ese día habíamos ido a comer a casa de la abuela y cuando Julia llegó con el bicho -que lo traía al pobre en un tupper y llegó arranao, más muerto que vivo- solo lo ví de pasada, pero cuando le montaron su caja-castillo de cartón en el recibidor (una caja enorme de embalar con almenas y todo) y se recuperó un poco, encandiló no solo a Luis David, que después de veinte años esperando tener cualquier animalito en casa fue fácil de encandilar, sino incluso a mi madre, que lo del ratón-ardilla la tenía un poco mosca, pero luego decía que no parecía un ratón en absoluto :-D
Yo, ni mirarlo, aunque contribuí al siguiente traslado hasta el trastero desechando el tupper y acondicionando una caja de zapatos. Y llegamos al trastero, montaron la caja, le pusieron sus papeles rotos para que jugara y un cacharrito de agua y entonces, antes de dejarlo allí le eché un único vistazo y no me pareció para nada repulsivo como me lo había imaginado, seguramente por el pelo marrón y porque no tiene los ojos rojos, sino oscuros.

Christopher el jerbo
Christopher el jerbo, antes llamado Rino

Lo que tienen las mascotas es que hay que cuidarlas. Lo que tienen las mascotas de tus hijos es que la figura de alarma-reloj-avisador de sus cuidados acaba recayendo invariablemente en una misma. Eran las diez de la noche cuando, para queJulia no viera que, después de mandarlo al trastero, me preocupaba por el animalito, ya le estaba yo diciendo a Luis David: Pregúntale a tu hermana cuando va a bajar a ponerle la comida al bicho. 

Veinticuatro horas después, ya me había enterado de que el ratón-ardilla es en realidad un jerbo y había visitado diez webs distintas dedicadas a sus cuidados en las que aprendí que los jerbos son animalitos acostumbrados a habitats desérticos, por lo que necesitan poca comida (una cucharada al día) y agua para subsistir y pueden pasar dos o tres días solos. Que son muy limpios y mantienen una escrupulosa higiene por ellos mismos, por lo que apenas huelen y no está desaconsejado tenerlos en las habitaciones. Que no es bueno bañar a un jerbo -duro golpe para Luis David, que esperaba momentos muy divertidos con eso- porque se estresan y además pueden perder el recubrimiento de su pelaje. Que teniendo un buen espacio donde moverse no necesitan de ruedas y más zarandajas, pero que necesitan un buen lecho de material para escarbar y papeles, preferiblemente suaves y sin tintas, como el papel higiénico, para crear sus nidos, y no sé cuántas cosas más.

la caja-castillo de Christopher
la caja-castillo de Christopher, bien limpita y llena de juguetes

Y al día siguiente bajé con Luis David a ver el nido que Christopher se había hecho con todas las tirillas de papel que habían dejado en su caja -Christopher es el nombre que le ha puesto Luis David, porque supuestamente el jerbo se llama Rino ¡por Dios, qué cosa más fea de nombre!- y cuando lo ví surgir de esa montañita de papeles donde estaba enterrado, me pareció una cosa monísima y reconozco que es la mar de simpático.

El nido de papeles que construyó por la noche
Estuvo muy atareado la primera noche

Así que ahora tenemos un jerbo en el trastero, y una cadencia de visitas constante de mi hija y mi hijo para verlo, cuidarlo, ponerle juguetes nuevos en la caja-castillo, y disfrutar de él. Luis David dice que, si sobrevive al verano, se lo queda, que el amigo de Julia no estará muy interesado cuando ya lo ha abandonado tan pronto con la excusa de que no le cabía en el coche (habrá que ver lo que piensa Julia de esa apropiación indebida que está haciendo su hermano del bicho) y a mí me hace feliz ver lo ilusionados que están ellos y me vienen a la mente de vez en cuando pensamientos muy perturbadores sobre comprar un terrario o que los jerbos son más felices en compañía de otros jerbos. ¡Ay Señor!

atravesando su carroza-túnel Christopher con su carroza
A falta de rueda para ejercicios, tiene la carroza de Esmeralda, del Jorobado de Notre Dame


con varios juguetes para que tenga actividad le gusta meterse en la cabañita
La cabaña de Pocahontas también ha conseguido tener una segunda vida y le encanta meterse en ella


Perdonad la poca calidad de las fotos, que son nefastas, pero es difícil obtener una buena foto con un móvil malo, en un trastero y de un jerbito metido en una enorme caja-castillo.

Si te animas a tener un jerbo como mascota, aquí encontrarás respuestas a casi todo lo que necesitas saber sobre ellos:
También en:
♥ ♥ ♥

4 comentarios :

  1. mmm... He visto lo de "no hay comentarios" y no he podido resistirme...
    A ver!!!! Después de leer el casi cuento breve en el que lo único que saco en claro es tu animadversión por los animales, cómo digiero el que se te pase por la mente un terrario, o buscarle pareja al bicho??? Jajaja... Lo tuyo es de psi... Ahora, que no me extrañaría que al final tu hijo te convenza y en nada tengais un criadero de Jerbos.

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  2. Ainssssssss mi pollito!!! Venía conmigo hasta al baño... Y los adultos crueles lo mataron, y lo que es peor..... se lo comieron!!!
    Y mi Coqui, qué bonita, qué buena y qué fiel... Cuántos recuerdos has despertado con esta entrada...
    Mi humilde opinión es que Christopher Rino... SE QUEDA!! Y sí me apuras, en breve tiene compañero... Jejeje, pero la verdad, es que aunque luego da penilla perderlos, se les quiere mucho, y las mascotas son muy agradecidas con sus dueños :)
    ♥♥♥

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    Respuestas
    1. Pues me temo que sí, porque el otro día pasé por una tienda de animales y le compré un bebedero... ¡Quien me ha visto y quien me ve!
      Y lo malo es que, aprovechando que me voy de vacaciones una semana, ya han subido la caja-castillo a la terraza y lo siguiente será el salón.
      Julia ya está considerando lo de cambiárselo a Manolito por otro bicho :-D

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  3. Ayyyy, que soy yoooooo. que no me he dado cuenta que estoy usurpando personalidades :-(
    Si es que tiene un Mac y no me entero :-(

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